Ursula von der Leyen cuenta el secreto de Europa para los coches eléctricos baratos

Parece que por fin ha sonado la bocina en la Unión Europea: fabricar coches eléctricos no solo para ejecutivos con bonus, sino para el ciudadano de a pie, ese que mira con nostalgia su viejo utilitario diésel cada vez que pasa por una gasolinera. Ursula von der Leyen, al mando de la Comisión Europea, se ha puesto el mono de trabajo y quiere que el futuro de la automoción continental sea eléctrico, pero, ojo, también asequible y fabricado aquí. Porque sí, producir baterías y motores más allá de los Pirineos es muy exótico, pero no ayuda mucho a la economía local… ni al orgullo europeo.
El plan "Small Affordable Cars": menos es más (y más barato)
La presidenta no se anda con rodeos: apuesta por lo eléctrico como condición innegociable y da un paso más allá. Su receta: coches pequeños, ligeros, eficientes, ecológicos y –redoble de tambores– baratos. La iniciativa tiene hasta nombre de grupo indie: “Small Affordable Cars”. La idea es tan sencilla como revolucionaria: si queremos que la movilidad eléctrica despegue, hay que bajarla del pedestal del lujo y ponerla al alcance del bolsillo medio europeo.
Por supuesto, aquí nadie inventa la rueda (eléctrica), porque referentes como Luca de Meo (Renault) o Jean-Philippe Imparato (Stellantis) ya llevan tiempo pidiendo a gritos soluciones prácticas y competitivas frente a la avalancha de modelos chinos y el acecho de las marcas asiáticas.
Coches eléctricos made in Europe: ¿misión imposible o simple cuestión de incentivos?
Pero claro, no todo es tan fácil como decir “hagamos coches baratos” y que el Dacia Spring salga de la fábrica multiplicado por millones. La verdadera cuestión es cómo fomentar la producción local sin llenar el sector de subvenciones eternas. Imparato lo tiene claro: hace falta facilitar la vida a las empresas, menos burocracia y más acción. Y no, los famosos incentivos públicos no convencen a todos. La pelota está en el tejado de Bruselas y se está debatiendo a contrarreloj cómo crear un entorno más favorable para que las marcas europeas compitan en igualdad de condiciones.
Mientras tanto, ya se han dado pasos para flexibilizar los objetivos de emisiones a corto plazo. Von der Leyen presume de haber dado margen a los fabricantes para cumplir con 2025, aunque nadie se atreve a asegurar que los próximos movimientos vayan a ser igual de suaves. En el horizonte asoma una posible revisión de las normativas previstas para 2035, esa fecha marcada en rojo para el adiós definitivo a los motores térmicos.
El pulso entre industria e instituciones: ¿retroceder o acelerar?
No todo el mundo está encantado con la idea de tocar los planes ya establecidos. Más de 150 empresas del sector han escrito a la Comisión Europea para exigir que no se baje el ritmo. Argumentan que han invertido cantidades obscenas (en el buen sentido) y han generado miles de empleos. Dar marcha atrás, dicen, sería como regalarle la pole position a los rivales globales y echar por tierra la confianza de los inversores. La presión es máxima y nadie quiere ser el culpable de que Europa pierda definitivamente el tren eléctrico.
¿Y ahora qué? El tablero está en movimiento
En resumen: Europa quiere su propio coche eléctrico pequeño, barato y fabricado en casa. Pero transformar ese deseo en realidad pasa por un complicado juego de equilibrios políticos, económicos e industriales. Mientras tanto, los modelos chinos siguen ganando terreno y la cuenta atrás sigue su curso.
¿Veremos pronto una oleada de utilitarios eléctricos europeos invadiendo nuestras ciudades? ¿O seguiremos soñando con precios que solo existen al otro lado del mundo? Las próximas decisiones en Bruselas pueden marcar una década entera de movilidad. Y lo que está claro es que, esta vez, nadie quiere quedarse sin batería antes de llegar a la meta.