¿Se acabó el Volvo V90 y ahora todo pasa por el XC90?

El telón se ha bajado para uno de los iconos de Volvo. La última unidad del V90 ya ha salido de Torslanda y con ella se cierra un capítulo que los suecos escribieron con regla y escuadra. Fue presentado en Ginebra en 2016 y apuntaba alto en un territorio dominado por alemanes. Nueve años después, el familiar grande de la marca pasa a la historia y deja a Volvo sin representante en el segmento de los rancheras de lujo.
No es un movimiento improvisado. Desde hace tiempo en Gotemburgo veían claro que la fiesta de los familiares se vaciaba mientras los SUV llenaban el parking. Hace dos años ya se dejaba entrever la opción de abandonar esta carrocería. Ahora se confirma. La idea es focalizar recursos en eléctricos y en los todocamino que sostienen el negocio. El XC90 tomará el relevo espiritual para absorber a los clientes del V90. No es la misma receta, aunque comparten ingredientes muy suecos como seguridad, confort y una ejecución sobria.
Para entender el alcance del adiós hay que recordar lo que aportó el V90. Fue la llave con la que Volvo entró de lleno en la liga de Audi, BMW y Mercedes. Diseño elegante, maletero inmenso, suspensión que mima a los pasajeros y ese tacto nórdico que no necesita gritar para hacerse notar. También tuvo su versión más aventurera al estilo allroad, un guiño a los que buscan altura sin renunciar al formato familiar. En el centro y el norte de Europa fue un coche muy querido, casi un uniforme de flotas y familias que calculan cada litro y cada litro de maletero.
¿Por qué cae entonces una carrocería tan práctica? La respuesta es menos romántica de lo que nos gustaría. La demanda manda. El auge de los SUV no es una moda pasajera, es un tsunami. Y no solo ocurre en Volvo. Mientras el V90 pierde los focos, el mercado lanza nuevos SUV compactos de proyección global como el Tekton de Nissan y llegan alternativas asequibles con motor turbo y cambio automático que empujan desde abajo. Hasta marcas de enfoque racional como Dacia están girando su Stepway hacia un planteamiento más SUV. En el otro extremo, los eléctricos afinan precios con versiones Standard que presionan a toda la gama. El tablero se mueve hacia altura libre al suelo y enchufe a la pared.
Paradójicamente, hay excepciones que confirman la regla. El BMW M5 Touring ha logrado cifras que superan a su propia berlina e incluso a variantes muy altas del X5. Cuando el familiar emociona, responde. Pero son oasis en un desierto que se ensancha. El grueso de compradores elige posición de conducción elevada, estética robusta y versatilidad de SUV aunque el centro de gravedad suba y el consumo aerodinámico penalice en autopista.
Y aquí aparece el dilema. Si venías de un V90, el XC90 te ofrece espacio, imagen y tecnología, pero cambia el enfoque de conducción. El familiar era un pasaporte perfecto para devorar kilómetros con eficiencia. Un SUV grande, por muy bien afinado que esté, paga peaje en aerodinámica y peso. A cambio da acceso más cómodo, mejor visibilidad y un producto que el mercado hoy percibe como aspiracional. Volvo lo sabe y por eso lo sitúa como heredero natural para retener a los fieles.
También está la hoja de ruta eléctrica. Migrar recursos a plataformas y baterías exige recortar donde el retorno es menor. Limpiar catálogo reduce complejidad industrial y acelera lanzamientos. En este contexto, dejar marchar al V90 suena a decisión dura pero alineada con el plan de futuro. Menos modelos de nicho y más foco en lo que define la próxima década. Si miramos las novedades de la industria, el mensaje es consistente. La inversión se dirige a SUV eléctricos, a compactos globales y a soluciones que estandaricen componentes. Incluso en la posventa se ven cambios que agitan el tablero con piezas que concentran negocio en los fabricantes de origen.
¿Qué pierde el mercado con la despedida del V90? Pierde una alternativa sensata para quien valora maletero, estabilidad y consumo contenido sin necesidad de escalar a alturas todocamino. Pierde también variedad en un segmento que se afinaba con propuestas de carácter. Pero gana claridad en la oferta de Volvo, que empuja con determinación hacia SUV y cero emisiones. Y ojo, que los clientes tampoco se quedan sin opciones. En premium siguen vivos los A6 Avant y sus versiones camperas, el E Estate y los Touring de BMW. La afición al formato no ha desaparecido, solo se ha vuelto minoritaria.
Queda la pregunta incómoda. ¿Es esto definitivo o un paréntesis? La historia reciente nos ha enseñado que ninguna silueta está escrita en piedra. Si el péndulo se mueve hacia la eficiencia radical, la aerodinámica volverá a ser reina y los familiares podrían tener su segunda juventud. Mientras tanto, Volvo se sube al carril rápido de los SUV y los eléctricos, y deja atrás a uno de sus modelos más queridos.
El V90 se va con la cabeza alta, como esos futbolistas que se retiran aún en forma. Su último pase ha sido en Torslanda. Ahora el balón lo tiene el XC90 y el marcador lo pondrán los clientes. Si el norte de Europa aplaude, sabremos que el plan ha sido certero. Si echan de menos el familiar, quizá volvamos a ver un break con matrícula sueca. En la automoción nunca digas nunca.