Motores de combustión vs eléctricos en 2035: el análisis simple del futuro automovilístico europeo

Cuando la Unión Europea anunció que, a partir de 2035, todo coche nuevo tendría que ser eléctrico, el titular parecía sacado de una campaña publicitaria de Silicon Valley: “El futuro es eléctrico”. Pero no todo el mundo en la industria del motor aplaudió. Oliver Zipse, CEO de BMW, cogió el micrófono y soltó una pulla digna de un ingeniero alemán: “Centrarse solo en la movilidad eléctrica es un gran error estratégico”. ¿Está defendiendo su negocio o señalando una realidad incómoda? Analicemos el choque entre motores de combustión y eléctricos desde todos los ángulos, partiendo de la visión de BMW y comparando el contexto europeo actual.
El dilema de 2035: ¿todos eléctricos o cada uno a lo suyo?
El plan de la UE es claro: en 2035, adiós a los motores de combustión interna (ICE) en turismos nuevos. La idea es reducir las emisiones de CO2 y liderar la transición verde. Pero, ¿es sensato apostar todo a una sola casilla? Zipse lo ve como jugarse el sueldo en la ruleta y elegir solo el rojo. El argumento central del CEO de BMW gira en torno a la “apertura tecnológica”: permitir que varias tecnologías compitan y avancen al mismo tiempo.
Frente a la postura europea, hay dos grandes escuelas. Por un lado, los que ven el eléctrico puro (BEV) como la panacea. Por otro, quienes defienden una transición más flexible, apoyándose en híbridos, combustibles sintéticos y mejoras en eficiencia. BMW se posiciona en este segundo grupo, argumentando que la diversidad tecnológica puede ser más efectiva para reducir emisiones y mantener la competitividad.
Ventajas y desventajas: eléctricos vs motores de combustión (y sus primos híbridos)
Pongamos sobre la mesa los pros y contras de ambas filosofías.
Movilidad 100% eléctrica
Ventajas:
- Emisiones locales cero (al menos, mientras no cuentes cómo se genera la electricidad).
- Menor complejidad mecánica y mantenimiento.
- Silencio absoluto (ideal para escuchar tus podcasts preferidos sin ruidos).
Desventajas:
- Dependencia total de infraestructuras de recarga, aún desiguales en Europa.
- Coste elevado de las baterías y materias primas críticas como el litio.
- Autonomía y tiempos de recarga todavía lejos de igualar al repostaje tradicional.
Motores de combustión mejorados, híbridos y combustibles sintéticos
Ventajas:
- Flexibilidad tecnológica: adaptarse a distintas necesidades y mercados.
- Aprovechamiento de redes de repostaje existentes.
- Los combustibles sintéticos prometen emisiones neutras si se producen con energías renovables.
Desventajas:
- Las mejoras en eficiencia tienen un techo físico; el motor térmico siempre emite algo.
- Los combustibles sintéticos siguen siendo caros y con retos de producción masiva.
- La percepción pública cada vez penaliza más al motor tradicional, por mucho que lo maquilles.
El cliente manda (pero no siempre sabe lo que quiere)
Zipse lanza una reflexión tan sencilla como demoledora: “No se puede obligar a los clientes a comprar algo. El cliente puede decir: ‘No voy a comprar nada. Seguiré conduciendo mi viejo vehículo’”. Y aquí está una de las claves del debate. Si el salto tecnológico es demasiado brusco o caro, muchos consumidores optarán por alargar la vida útil de sus coches actuales. ¿El resultado? Vehículos más viejos, con peores emisiones totales y un parque automovilístico envejecido.
La experiencia reciente en mercados como Alemania o España muestra que las ventas de eléctricos despegan... pero no tanto como algunos esperaban. Los híbridos siguen creciendo y el diésel resiste en segmentos concretos. Aquí, la libertad de elección parece más eficaz para acelerar la renovación del parque que una imposición total.
Competitividad industrial: ¿Europa jugando con fuego?
No vamos a engañarnos: fabricar coches eléctricos en Europa no es lo mismo que hacerlo en China o EE.UU. Los costes energéticos aquí son notablemente más altos y la cadena de suministro para baterías depende peligrosamente del exterior. Zipse apunta a un riesgo claro: si Europa se obsesiona solo con el BEV y los costes no bajan, podríamos perder terreno frente a fabricantes asiáticos, que dominan el sector de las baterías y pueden permitirse márgenes más bajos.
Mientras tanto, marcas como BYD, NIO o incluso Tesla están listas para entrar (o seguir ganando cuota) en Europa con precios agresivos y tecnología punta. En este contexto, cerrar puertas a otras tecnologías puede ser un tiro en el pie industrialmente hablando.
Innovación real vs postureo regulatorio
Otro argumento relevante: si solo hay una vía posible (el eléctrico puro), ¿dónde queda la innovación? Desde mejoras térmicas hasta combustibles alternativos, pasando por híbridos enchufables o incluso hidrógeno, existen múltiples caminos para reducir emisiones. BMW presume de haber recortado sistemáticamente sus objetivos de CO2 en la última década gracias a esta flexibilidad. ¿La prohibición total incentiva realmente la innovación o limita la creatividad a una única receta?
La historia reciente demuestra que cuando la industria compite en soluciones diversas surgen avances inesperados. Las regulaciones demasiado rígidas pueden provocar efectos secundarios: menor inversión en I+D fuera del BEV, pérdida de empleo y un mercado menos dinámico.
BMW vs Mercedes vs Volkswagen: todos tienen dudas
No es solo BMW quien levanta la ceja ante el calendario europeo. Ola Källenius (Mercedes-Benz) ha advertido que vetar los motores térmicos puede ser un “choque frontal” para Europa. Oliver Blume (Volkswagen y Porsche) duda que un parque 100% eléctrico sea realista para 2035. Incluso los gigantes alemanes, tradicionalmente rivales a muerte, coinciden en reclamar pragmatismo.
Esto revela el verdadero telón de fondo: más allá del marketing verde y los titulares grandilocuentes, existe un debate serio sobre cómo lograr una transición ordenada y competitiva. Nadie discute el objetivo —descarbonizar rápido— pero sí el instrumento elegido.
¿Y ahora qué? La electrificación necesita algo más que buenas intenciones
La batalla no es eléctrica vs combustión per se, sino cómo llegar a un modelo sostenible sin pegarse un tiro en el pie económico o dejar tirados a millones de conductores europeos. Apostar todo al BEV ignora realidades como los precios energéticos, las diferencias regionales o los ritmos desiguales de adopción tecnológica.
¿Solución? Apertura tecnológica —que cada fabricante explore su mejor receta para reducir emisiones— acompañada de políticas inteligentes para abaratar la electricidad y desarrollar infraestructuras a velocidad récord. Si no se equilibra bien esta ecuación, corremos el riesgo de convertir la transición ecológica en un lujo solo para unos pocos... o peor aún, en un fiasco industrial made in Europe.
En definitiva: ni todo eléctrico ni todo combustión. El futuro será plural… o no será. Y como siempre, será el cliente quien tenga la última palabra —aunque todavía no lo sepa—.