Carlos Tavares rompe el silencio: 48 horas para salir de Stellantis tras una llamada de Elkann

Carlos Tavares rompe el silencio: 48 horas para salir de Stellantis tras una llamada de Elkann
Carlos Tavares explica su salida de Stellantis

Si alguien pensaba que Carlos Tavares se había esfumado tras su salida de Stellantis, se equivocaba. El ejecutivo portugués que marcó ritmo en la última década del motor vuelve a escena con un libro bajo el brazo y un relato que no se escucha todos los días en la cúpula de un gigante del automóvil. Su adiós se decidió por teléfono, se cerró en 48 horas y tuvo detrás un desacuerdo de fondo sobre cómo encarar el futuro del coche eléctrico.

La llamada que lo cambió todo

El punto de inflexión llegó una noche de diciembre, desde Estoril. Tavares recibió la llamada de John Elkann, presidente de Stellantis. El mensaje fue tan directo como demoledor: ya no confiaba en él. Según explica, su misión era ejecutar un plan estratégico ya validado para aprovechar la desaceleración del mercado y acelerar el impulso eléctrico. La respuesta que encontró en parte del consejo fue todo lo contrario. Había que esperar, volver a la casilla de salida y poner el freno a una transición que se estaba enturbiando.

No hubo grandes cónclaves ni semanas de negociación. La separación se pactó en 48 horas y se anunció al final de ese mismo fin de semana. Sin dramas públicos, pero con un fondo que dice mucho de cómo se mueven las placas tectónicas en un sector que a veces va a 300 por hora y frena en seco.

Acelerar el eléctrico cuando otros levantan el pie

Tavares defiende que no había tiempo que perder. Mientras otros se lamentaban por la ralentización del mercado, él veía una oportunidad para liderar. Su argumento es tan industrial como climático. Cita veranos de 46 grados en Portugal y 220.000 hectáreas arrasadas por incendios. Asegura que quería acelerar el coche eléctrico por sus nietos y que el inmovilismo no encajaba con la urgencia ambiental.

La visión no era un volantazo improvisado. Era, según su relato, un plan con validación interna. Y aquí nació la fractura. Donde unos veían prudencia corporativa, él veía perder un tren que pasa a toda velocidad una sola vez.

Bruselas, aranceles y una industria cada día más dura

Tavares aprovecha su reaparición para cargar contra el cóctel de reglas, aranceles y tensiones geopolíticas que condicionan el automóvil europeo. Califica al sector como extremadamente violento. Critica los errores de la Unión Europea al imponer el coche eléctrico, más por las formas y el ritmo que por la dirección. En paralelo, alerta de un fenómeno que rara vez se menciona en público. Cuando los mejores talentos sienten que ya no pueden marcar diferencias, se marchan. Y con ellos se van los inversores de largo plazo. El resultado que dibuja es una consolidación brutal y feroz, con menos jugadores, más grandes y más duros.

El cheque de la salida y la comparación con el fútbol

En el paquete de preguntas no faltó la que siempre genera titulares. La indemnización. Unos 35 millones de euros por su adiós a Stellantis. Tavares no rehúye el tema. Lo llama el cumplimiento de un contrato y recuerda que ser jefe es un trabajo extremadamente arriesgado. Deja una comparación incisiva. ¿Por qué aceptamos que un futbolista gane cien millones y no que un jefe reciba veinte? La frase no busca aplausos, busca contexto. La élite del automóvil compite con márgenes finos, apuestas de miles de millones y un calendario regulatorio que no perdona errores.

Del despacho al viñedo, pasando por un box

Lejos de la primera línea, Tavares no eligió precisamente un retiro monástico. Produce vino, restaura coches clásicos, compite en carreras y gestiona cinco hoteles. Además, planea invertir en la aerolínea Azores y en el circuito de Estoril. Ese mismo Estoril donde Ayrton Senna logró su primera victoria en Fórmula 1 en 1985. No es casualidad. Quien ha vivido toda su carrera con un cronómetro en la cabeza no cuelga el mono de un día para otro. Solo cambia el tipo de curva.

Un libro para entender el temporal

Su regreso público llega con Un piloto en la tempestad, que se publica el 23 de octubre. El título no es un adorno. Condensa una etapa con decisiones que no admiten neutral. Acelerar o frenar. Adelantar por el exterior o esperar a la recta. En su relato acepta que no todo se hizo perfecto. Asume la responsabilidad y espera haber acertado en ocho de cada diez decisiones. No se autoflagela y, por lo que cuenta, tampoco busca redención. Busca explicar por qué eligió pisar el acelerador cuando otros pedían calma.

Lo que se juega ahora la industria

Más allá del culebrón ejecutivo, queda el mensaje de fondo. Europa necesita claridad de rumbo, reglas coherentes y un calendario realista que no ahuyente a quienes aún quieren arriesgar su talento y su dinero aquí. A la vez, la ola china y los aranceles obligan a afinar costes, tecnología y producto como si cada lanzamiento fuese una final.

Tavares vuelve a escena como un veterano que no ha olvidado cómo suena un V12 ni cómo acelera un kilovatio bien gestionado. Lo hace con la serenidad de quien ya no se juega el asiento, pero sí la reputación. Y con una idea fija. En este negocio, esperar puede salir mucho más caro que equivocarse. Si no que se lo pregunten a aquel piloto brasileño que en Estoril entendió que la lluvia premia a los valientes. En la automoción de hoy, el agua viene de Bruselas, de Pekín y de los mercados. Y el que no ajuste su ritmo, se queda fuera de trazada.